martes, 23 de marzo de 2010

Lunes en Madriz

Quedamos en la puerta del growshop. Las cinco y veinte... llegaba tarde. Yo esperaba bajo el cartel de bandera de Jamaica. Pasaron unos cuantos Hare Krishna seguidos con sus ropajes naturales, pompones de pelo en la coronilla y una línea vertical de frente a nariz. Uno de ellos, aunque no le quise (ni podía) comprar su manual de meditación, me regaló una varilla de incienso con olor a Krishna. La siguiente mujercilla como vio que tenía incienso no me molestó. El siguiente iba muy feliz; parecía puesto de cualquier cosa y le bastó con que repitiera su frase preferida, después alabó mi pronunciación y se fue tan contento como vino. También pasaban basantes gays cuarentones modernos, hablando de cruceros y de mundo y de señoras jubiladas juergosas. Los había más jóvenes, igual de modernos aunque, sin conocer tanto mundo. Después pasaron unas lesbianas en sus veinte, cogidas de la mano con un lado de la cabeza rapada. Estaban jodidamente buenas.
Seguía esperando observando el panorama y vi llegar al dueño de la tienda de enfrente. Montaba una moto negra a juego con su ropa y su pelo largo. Sus piernas eran larguísimas y muy delgadas, parecían de un dibujo animado futurista. Un chico se hizo una foto con la moto aparcada en la puerta de la tienda.
Después de haber pedido unos cuantos cigarros y haber fumado solo uno, apareció mi amiga. Las otras andaban robando ropa cara en una calle más transitada.
Las cuatro ya juntas. Una mulata bailarina, una lesbiana muy mona y pequeña, mi amiga y yo. Callejeamos durante un buen rato hasta llegar a un bloque antiguo. La portera tenía encendida una varita de incienso, olía mejor la mía y se lo dije mientras esperábamos al ascensor. Un ascensor de dos para cuatro.
La casa era de techo alto y ventanales. Estaba llena de arte y libros, con dos sofás de cuero verde botella y dos gatos. Nunca había estado allí pero´ellas sí. La dueña era una mulata, como su prima.
Nos fumamos unos porros, yo solo fumé yerba. Quedamos las cuatro bastante afectadas diciendo tonterías en el sofá verde botella. La chusta nunca es demasiado chusta, dijo con una hoja de marihuana plastificada en la frente. Todas reímos mucho y justo después le pasé la chusta, ¿Es demasiado chusta? nos volvimos a reír y la aceptó. Cuando nos íbamos a ir, el tío de las mulatas llamó. A la hora de tomar café habían estado con él y le gustó mucho la yerba de mi amiga.
Nos fuimos, ya era de noche y las luces, sobre todo las rojas, nos fascinaban a mi y a la lesbiana mona. Fui un rato con gafas de sol. Tardamos bastante en llegar. Era un piso antiguo como el anterior, éste sin incienso ni ascensor. Mierda, olvidé el incienso en el anterior. Tuvimos que subir andando hasta el cuarto más alto. Era de techo bajo e irregular y había pocas cosas, hacía poco que se habían mudado.
Lo primero que vi fue un negro joven, alto y fuerte; bastante atrayente. Era el tío. Esperaba un hombre cuarentón y bohemio. Llevaba una gorrilla, lo clasifiqué como estilo jazz moderno (fue lo primero que se me pasó por la mente al verlo). En la salita con tele y sofá había un chico blanco que nos saludó y me dio dos besos, me presenté sola ya que las chicas parecían no acordarse de mi nombre y las libré del apuro. El chico blanco parecía más joven que el negro, también parecía rapero y se fijaba mucho, era chistoso.
Mi amiga acabó regalándole la mercancía que le había pedido. Hay que hacerse a los clientes. Él le dio un abrazo, dichosa ella, y nos despedimos. Esta es vuestra casa, venid cuando queráis dijo. Ahora éramos solo tres. Las mulatas se quedaron allí.
Las escaleras se hicieron eternas de nuevo. Bajamos riendo y gritando y alguien abrió la puerta a nuestro paso, lo que hizo que riéramos más y corriéramos escaleras abajo
Fuimos al metro, que estaba lejos y nos fuimos a casa.

domingo, 14 de marzo de 2010

~

“Pasan los años, pasa tu vida, pasan los meses, pasan tus días. Pasan las horas, también tus minutos…. Este puede ser tu último segundo…”


Llevo un rato escuchando esa canción. La tengo grabada en la cabeza como la canción de la noche. La viví como si fuera a ser la última. Me sentía viva, me sentía libre… he tenido muchas noches de fiesta, de borrachera, de llegar tarde a casa… pero nunca como esta. El plan cambió por completo. La idea se desdibujó en mi mente. Me dejaba llevar. Dejaba todo surgir sin importarme las consecuencias; cada pequeño detalle me iba llenando. Todos mis sentidos eran uno; el gusto y el tacto convivían en simbiosis, el oído apreciaba cada pequeña caricia y el olfato estaba cegado por el resplandor níveo que se había desvanecido dejando paso a la euforia. No sé cuanto caminamos,¿ mucho? Quizás solo lo parecía. Mis pies eran una pluma de acero.

Luces intermitentes, pasos de cebra fugaces, miradas, nuevos caminos, rincones prohibidos, cigarros efímeros… Final de la noche o comienzo del día. Aún estaba oscuro y en el agua se reflejaban las sombras y los faroles naranjas, era sereno e inquietante a la vez. Había visto ese lugar muchas veces, pero nunca tan hermoso; digno de compartir… pero ahí estaba, solo para nosotros.

Gracias.